El Teul es parte del mundo rural. Somos de rancho, ¿maldición o bendición?
JESÚS GÓMEZ
“Ranchero”, es una forma de ofender. A veces nos queremos adornar diciendo “la ciudad” del Teul de González Ortega. Según la ley orgánica del municipio somos pueblo. Y un pueblo de menos de cinco mil habitantes es una población rural (en la cabecera municipal viven cerca de tres mil personas).
¿A qué nos referimos cuando hablamos del campo mexicano? ¿Qué tan urbano es México y qué tan agrario? ¿De veras el campo está desapareciendo? ¿Ya no hay agricultores? ¿En el campo sólo viven personas dedicadas a la agricultura y la ganadería?
El pueblo del Teul forma parte de los 29.9 millones de personas que viven en localidades menores a 5 mil habitantes, y representan el 29% de la población total del país.
El campo no ha muerto. La tercera parte de mexicanos vivimos en ambientes rurales, haciendo distintos trabajos. No todos somos campesinos ni ganaderos. Compartimos con nuestros lectores algunos datos que revelan que el campo está vivo:
7 millones 84 mil personas viven ocupadas en actividades primarias, secundarias y terciarias en municipios donde la población rural es mayor que la urbana. 5 millones 338 mil personas ocupadas en el sector agropecuario, forestal y pesquero. 177.4 millones de hectáreas rústicas, de las cuales 63% son de superficies enmontadas, pastos naturales o agostaderos; 18.2%, tierras de labor; 14.8%, bosques y selvas, y 4% no tiene vegetación.
4 millones 407 unidades de producción rural, que ocupan 108.3 millones de hectáreas y que siembran 280 cultivos cíclicos y 199 perennes, entre los que se encuentran granos básicos, forrajes, oleaginosas, frutales, hortalizas, agroindustriales, ornamentales y los denominados “no tradicionales”.
3 millones 163 mil unidades de producción ganaderas, de las cuales 2.8 millones cuentan con animales de trabajo; 2.3 millones, aves de corral; 1.3 millones, porcinos, y 1.2 millones tienen bovinos.
3.2 millones de ejidatarios agrupados en 27 mil 469 núcleos, que disponen de 84.5 millones de hectáreas; 608 mil comuneros de 2 mil 140 comunidades agrarias, con 16.8 millones de hectáreas; 1.6 millones de propietarios privados, que poseen 73.1 millones de hectáreas; 654 colonias agrícolas con 62.3 mil colonos y 3.8 millones de hectáreas, y 144 mil nacionaleros con 7.2 millones de hectáreas.
7 millones de indígenas que viven en localidades rurales, sus 6 mil 830 ejidos y comunidades agrarias y los 200 mil propietarios privados indígenas, que en conjunto son dueños de 27.6 millones de hectáreas.
Un millón 108 mil mujeres que son actualmente dueñas de la tierra: son 649 mil ejidatarias y comuneras, 176 mil posesionarias y 282 mil propietarias privadas.
3.8 millones de jornaleros agrícolas, que se distinguen por su inseguridad laboral y elevadas cargas de trabajo en condiciones desfavorables de seguridad e higiene en sus lugares de estancia y trabajo.
Como podemos ver, todos estos datos nos dicen que el campo es una realidad que permanece de pie, a pesar de la exclusión que le han impuesto gobernantes cómplices del capitalismo que sólo piensa en ganancias y dinero. Vivir en comunidades rurales no es ninguna vergüenza. Vergüenza deberían tener los gobiernos responsables del abandono en que tienen a la población que habita en el campo.
En los pueblos y ranchos no sólo hay carencias materiales, sino también un modo completo de vida que duró miles de años. La vida en el campo tiene sus complicaciones, pero también guarda un tesoro de valores y riquezas culturales, económicas, históricas, humanas. Tesoro que tenemos que cuidar. Cada uno de nosotros está llamado a hacer algo para salvar el campo.
Quienes vivimos en el campo debemos saber que hemos heredado un modo de vivir, de convivir y de trabajar, donde no todo es positivo ni humano. Junto con el trigo permanece la cizaña. Nuestra tarea es cultivar el trigo de los modos comunitarios y los valores vivos de la gente campesina.
Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para que no nos gane la desesperanza de pensar que el campo está acabado. En esta región, como en todas las regiones rurales del país y del mundo, hay futuro y hay esperanza. Todo depende de nuestra voluntad, de nuestra capacidad para aprender del pasado, de nuestra imaginación para crear formas nuevas arraigarse en las comunidades campesinas. Del mismo modo, todo es cuestión de platicar con la gente que tenemos cerca y entre todos buscar las nuevas soluciones.
El campo está en crisis y sufre de la exclusión de políticos y dueños de las grandes empresas mundiales y nacionales, pero en nuestra iniciativa está el principio de las soluciones. Es hora de trabajar para que el campo siga siendo una realidad creadora de vida.
(*) La información fue obtenida de: Héctor Robles, “Lo que usted siempre quiso saber sobre el campo y no se atrevía a preguntar”, en: Jornada del Campo, Nº 1, 9 de octubre de 2007, http://www.jornada.unam.mx/2007/10/10/sobre.html (consulta: 12 de diciembre de 2007)
0 comentarios