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Domingo7

La primera vez que se quemó El Judas

Don Silverio González Romero tiene 85 años. Conserva el entusiasmo de la juventud. A las seis de la mañana va a ver sus vacas. Anda a pie, ayudado de un bastón, con paso corto, nervioso, apurado. Por las tardes no falla a la plática con sus amigos del barrio: don Lupe, don Ruperto y don Ignacio. La tertulia sucede en el cruce de las calles del camino al camposanto y la calle Obregón, la del asilo, que luego se convierte en carretera. Siéntese. Vamos platicando. Le voy a contar cómo fue la primera vez que hubo Judas en este pueblo. Y empieza la plática de don Silverio.

Fue Manuel Tovar el de la idea. Me dijo: “Vamos haciendo un Judas. En otros lugares lo hacen. Es un recuerdo de aquel apóstol de Jesucristo que lo vendió por treinta monedas y luego se ahorcó de arrepentimiento. Acaba la cuaresma y la gente tiene ganas de diversión. ¿Qué, te animas?, no liace que nos metan al bote”. Pos juega. Y decidimos hacer el Judas, de zacate, fue lo que se nos ocurrió.

Nos fuimos él y yo al llano. A juntar zacate, de ese grande. Y trajimos dos buenos tercios. Veníamos entrando al pueblo, y pasamos por la casa de Jesús de León, La Chispa, y nos preguntó que qué andábamos haciendo. Y le contamos. “Hombre, yo les ayudo”. Compramos papel de color, creo que rojo. Su mujer nos preparó un atole de harina pegostioso y nos pusimos a hacer el muñeco en la casa de Manuel. Le figuramos la piernas, los brazos, las manos, el cuello, la cabeza; bueno, todo. Con el papel le hicimos pantalones, camisa, zapatos y un sombrero.

Cuando lo teníamos nos vino a ver Ángel Ávila y nos preguntó por nuestras intenciones. Le dijimos que queríamos quemar al Judas para hacer fiesta. “Vamos haciendo más grande la cosa. Si gustan, yo y mis músicos ponemos la música, y hacemos un convite. Antes de quemarlo, tienen que hacer borlote primero”, fue la opinión de Ángel.

- Pero no tenemos dinero.

- Para que haya fiesta sólo se ocupa alegría. No se apuren por el dinero. Tocamos gratis.

Para el sábado de gloria de ese año todo estaba listo. Sacamos el Judas a la calle, enfrente de la casa de Manuel Tovar. Colgamos el mono en un palo, bien amarrado. Del palo salían bien las dos puntas, de modo que dos muchachos lo fueran cargando en el hombro. Afuera ya estaba la bola de chiquillos esperando la novedad. La música ya estaba tocando.

Y empezó el convite. Nos fuimos caminando toda la calle, derecho, rumbo a la Plaza de Abajo. En la esquina de la plaza doblamos para arriba y enfrente del negocio de Concha Rivas entramos a la plaza. Cuando llegamos, ya había personas todo alrededor. No sé como se enteraron, pero había mucha gente. Bien decía Manuel Tovar que la gente tiene ganas de fiesta.

El chiste duró poco, nomás le prendimos fuego y aquel pajonal vestido de Judas, se volvió una bola de lumbre, que se iba desbaratando poco a poco. Al poco rato, el muñeco se había vuelto puras cenizas. Fue la primera vez que se quemó el Judas aquí en el pueblo.

Para el año siguiente, otra vez platicamos Manuel Tovar y yo. “Ahora más en serio. Que sea de pólvora. Si falta dinero, tú y yo ponemos cada quien la mitad”, me dijo. Con tiempo, fuimos a hablar con el presidente, que no me acuerdo muy bien, pero creo que era Nicandro Rivas. Le informamos de nuestro plan. Le dijimos que ahora el Judas fuera distinto. En lugar de zacate, ahora sería de pólvora, y que también lo acompañaría un torito, para que se metiera entre la gente soltando buscapiés y aventando al cielo luces de colores. Y que también se leería el testamento, unos versos satíricos donde se mencionaran a gentes del pueblo, haciéndoles ver sus defectos, o recordando hechos interesantes, o cosas por el estilo.

Al presidente le pareció bien nuestra idea. Nos dijo que buscáramos cooperación entre los vecinos. Y si veía interés nuestro y el de la gente, él pondría lo que hiciera falta para completar los gastos.

Comenzamos a pedir cooperación. Fuimos a las casas y pasamos por todos los comercios. Unos daban un cinco, otros un veinte, un tostón, un peso. Había quien no daba nada; nomás un retrete de palabras. Cantidad que recibíamos, cantidad que apuntábamos en un papel. Llevábamos cuentas exactas. Al final, el dinero que teníamos guardado debía de coincidir con la lista que teníamos en el papel.

Fuimos a Tlaltenango a comprar el Judas, el torito y unos cuetes de luces de colores. Todo eso costaba setecientos pesos.

Y para el testamento se nos ocurrió que teníamos que comprar unas hojas de papel, del mismo dinero que nos habían dado, y las fuimos repartiendo en los cuatro barrios. Las dejábamos en casas donde había gente que podía tener habilidades para componer. Luego, a esa casa acudían vecinos, y entre todos iban sacando los versos del testamento.

Más tarde pasábamos a recoger las hojas y se las llevábamos al presidente para que las leyera y nos dijera qué versos pasaban y cuáles no.

- Este no, porque es muy lépero.

- Este tampoco, porque se meten en lo que no les importa.

- Este otro es puro chisme, y están inventando lo que no.

La revisión que hacía el presidente era una manera de proteger la moral, el orden y las buenas costumbres. Que para eso estaba. Y con gusto leía los versos y también nos ayudaba con el dinero que hacía falta.

Ya para leer el testamento, se nos acercó José Carmen Hipólito, El Chis Garaviz. Que si queríamos él nos ayudaba a leer los versos. Con eso, ya estaba todo listo para abrir la gloria, el sábado de la Semana Santa.

El testamento se leía de la tienda que era de un señor de Florencia, Pedro Correa, que luego se la traspasó a otro de allá mismo, Felipe Berumen. En la parte de atrás de la tienda, dando para la Plaza de Abajo, ahí se metía Carmen Hipólito, y desde una ventana que daba a la calle iba leyendo la herencia del Judas a los teulenses. Le hacía como todo un actor. Haga de cuenta que era cierto. Fingía la voz, la prolongaba, se quejaba. Muy bien representado. Era muy bueno para hacerle al teatro.

A la gente le gustaba mucho el testamento. Había varias personas con mucho arte para componer versos. Eran buenas ocurrencias. Versos con rima ingeniosos, con sorna, burlándose de cosas que eran ciertas. Y como eran de personas conocidas, pues más en gracia caían.

Luego el torito se metía entre la gente y corredero. Aunque daban miedo los buscapiés, la gente de todos modos no se iba. Les gusta el peligro. Todos se ríen cuando un buscapiés hace bailar a un chiquillo o a un señor. ¡No se diga cuando se mete entre las faldas de una mujer! Aquello era una buena diversión.

Como El Judas ya era de pólvora, pues tenía otra emoción la fiesta. Si el de zacate había gustado, contimás éste que tenía más un porte de verse. El testamento, las luces que brincan y revientan en el cielo estrellado, los rehiletes, los buscapiés que se escapan, los truenos. Todo eso nos gustaba mucho. Le gozábamos a la fiesta.

Igual que el primer año, Ángel Ávila volvió a ofrecerse, sin cobrar un cinco, para acompañar al Judas desde el convite. La música alegraba poquito más el ambiente.

Lo mismo Las Campos que empezaron a ayudarnos con ocote, una brazada de este tamaño. La sacábamos a la calle y ahí mismo, frente a su tienda, la partíamos, y a cada chiquillo y a cada persona que quisiera, le regalábamos una astilla para que la prendiera y hacer más llamativo el convite. La calle se llenaba de música y de gente caminando con un tizón en la mano. Y El Judas por delante, encabezando su entierro.

Y así le hicimos cosa de diez años, que yo sepa, los primeros en que hubo Judas, por lo menos en lo que yo me acuerdo. Manuel Tovar y yo éramos los encargados. No le digo que poníamos de nuestra bolsa. La gente era muy cooperadora. Y así nació El Judas. Con la voluntad del pueblo.

(HAG)

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